Ser feliz es una prioridad tardía en la vida, en la infancia parece más importante el trinomio cuadrado perfecto, sacar la nota sobre la nota en el colegio, y unos diplomas que luego no sirven sino para darnos remordimiento cuando los botamos.
¿Alguien habrá utilizado alguna vez en su vida el trinomio cuadrado perfecto que nos enseñaron en el colegio?
Si volviera a ser niña, y un adulto me preguntara «Thamara, ¿qué serás cuando seas grande?», no trataría de darle una respuesta interesante ni original, con una carrera muy genial y única, simplemente le diría «SER FELIZ«.
O mejor aún, respondería como el niño más genial que conozco, se llama Adrián Ignacio, quien con tres años, ante esa pregunta respondió «será que voy a estudiar, porque yo ya soy Adrián», aplaudo de pie a este niño que tiene una claridad que muchos adultos aún no tienen.
La sociedad pareciera estar diseñada para ignorar la verdadera prioridad de la vida, SER FELIZ, ¿qué nos preguntan siempre nuestros padres, amigos y familiares?
¿Cuándo te casas?, ¿qué vas a estudiar?, ¿cuándo tendrás hijos?, y si ya tienes el varón ¿para cuando la hembrita?, ¡carajo dejen vivir!
Yo, desde que mis hijos son adultos, la primera pregunta que les hago es ¿eres feliz?, ¿estás feliz en donde estás?, ¿estás haciendo lo que quieres hacer?, ¿quieres que ore por algo?
A veces lo que tuvimos en nuestra infancia es nuestro punto de partida, a veces es nuestra referencia para no repetir ese modelo, lo que no se vale es decir «es que a mí me criaron así», e ir a repetir algo que bien sabes que no funciona.
En una ocasión mi hija de tan solo 5 meses lloraba mucho, y su papá la cargaba y perdió la paciencia y le dio una nalgada. Yo no había sentido tanta ira e indignación en mi vida hasta ese instante.
Me le fui encima y le grité reclamándole que qué carajo le pasaba, que nuestra hija tenía 5 meses.
La conversación pasó del acaloramiento a la sensibilidad, y la vulnerabilidad, lugares desde los cuales es realmente imposible no conectar con el otro ser humano.
Ya yo calmada, y el que era mi esposo más tranquilo, llega al punto de decirme «es que yo nunca vi a mis padres darse un beso, mi papá nunca nos abrazó».
Claro, estoy resumiendo horas de conversación, solo estoy dando el punto de partida, y casi el final.
En ese momento que él me dice esto yo le dije «mi amor, nosotros estamos haciendo una nueva familia, y aquí, lo bueno que traemos de nuestra crianza se queda, pero lo malo se va, y tú a nuestra hija sí la vas a besar, la vas a abrazar y le dirás que la amas».
Esa noche, no solo ayudé a que mi hija tuviera un mejor papá, sino a que mi hijo también lo tuviera, y sus otros 5 hijos también. Hoy el padre de mis hijos, con sus 7 hijos, es un padre amoroso, y seguramente algo tuvo que ver esa conversación que tuvimos esa noche cuando mi hija tenía 5 meses y él tenía 23 años.
Yo tenía apenas 19 años en aquel entonces, esto no fue algo que leí, ni que escuché en un podcast (no existían hace 33 años), fue algo intuitivo, algo que me dijo que no era imperativo repetir los modelos y nuestras crianzas con nuestros hijos.
Pero sé que a algunos padres no se les hace tan fácil entender eso, e incluso si lo entienden, les cuesta implementarlo.
Un lienzo en blanco
Nuestros hijos son un hermoso regalo de Dios, un lienzo en blanco sobre el cual pintar una obra de arte llena de risas, y libre de dramas, no nos deben nada, no pidieron venir al mundo, no vienen a cumplir tus sueños, traen los suyos propios.
Tengo una nieta de 10 meses, se llama Kira, es luz, amor, ternura, risas y gratitud en mi vida, siempre quise tener una nieta, una hija de mi hija, y Dios como siempre cumple los anhelos profundos y reales de mi corazón (siempre y cuando vengan de él o sean para mi bien).
Si con mis hijos tuve cierta claridad en el camino, con mi nieta espero que valgan mis 33 años de experiencia como madre, además de este amor inédito, robusto y estremecedor que siento por mi Kira.
No hay espacio de vida más retador que la maternidad, pero al mismo tiempo no hay espacio que nos haga más fácil transmutar ausencias en presencias, descuidos en amor, que el amor que sentimos por nuestros hijos.
Mis hijos, y ahora mi nieta, tienen y siempre tendrán de mí, mi lado más puro, más noble, más amoroso y rutilante. Ellos son las tres personas en el mundo, a las que mi imperfección casi casi no los toca.
Tengo un nuevo lienzo en blanco en vida, una muy especial, una nueva oportunidad de aportarle felicidad a un ser humano dentro de su entorno significativo de apegos seguros.
Alguien a quien decirle a diario «eres hermosa, noble, saludable, perfecta, suficiente, inteligente, capaz, poderosa, única, amada, respetada, valorada, y una niña MUY FELIZ».
No le preguntaré a Kira ¿cuánto sacaste en Matemáticas?, o ¿qué serás cuando crezcas?, le preguntaré ¿eres feliz?, ¿quieres dibujar?, ¿qué te gustaría leer?, ¿qué te asusta?, ¿me quieres dar un abrazo?
Le diré ¿quieres ir a tocar el timbre de los vecinos y salir corriendo?, mi yerno ya conoce mis planes, y está preparado para recibir las quejas de sus vecinos británicos, de las tremenduras de su hija con su suegra.
Si como madre me propuse criar hijos felices, como abuela pienso hacerlo doblemente mejor.
La próxima vez que tu hijo llegue con una mala nota en matemática del colegio, sorpréndelo con una sonrisa, quizás vaya a ser veterinario y las vacas no saben matemáticas.
Además, lo distintivo en el mercado laboral actual son las competencias blandas: inteligencia emocional, comunicación asertiva, inteligencia relacional, toma de decisiones, capacidad para trabajar en equipo, etc, te juro que el trinomio cuadrado perfecto no le servirá de nada en su futuro profesional.
Relájate y disfruta a tus hijos, que crecen muy rápido.
También puedes leer:
https://thamaralopez.com/el-amor-se-llama-kira/