Tener conversaciones con mis miedos es algo que jamás lo había hecho, ni siquiera pensado, a pesar de ser bastante frontal con todo aquello que me molesta, perturba, o me roba la paz. Soy de las que da el paso muy pronto a la hora de hablar o intentar resolver un malentendido. Eso de «dejarlo así», solo lo hago con personas que no me importan un carajo. En mi familia, siempre me he sentido como el bombillo rojo, como quien detecta a tiempo la señal de alarma. Aunque con tristeza reconozco y he aceptado que no encuentro resonancia del otro lado del hilo familiar. Yo veo las cosas que aún los demás no ven, y cuando lo hacen, en muchos casos es tarde para accionar. Solo queda la desventajosa y torpe acción de reaccionar. Mis miedos y yo llegamos a Miami Acabo de llegar a Miami, mi vida ha estado movida en todo sentido en las 4 últimas semanas. Decisiones importantes y nada habituales me ha tocado tomar en los últimos días. Dormía mal, pensaba todo el día en el tema, tenía un agotamiento mental que incluso pasó al plano físico. Me dolía la espalda, en fin, sentía que mis pensamientos me estaban agotando incluso en mi cuerpo físico. El impacto y trascendencia de nuestras esferas emocionales, actualmente es desconocido por muy pocos. Es una comprensión colectiva la que tenemos en cuanto a como nos afectan nuestras emociones. Estuve en un mar de pensamientos intrusivos y desgastantes durante un mes, hasta que un día me dije, «hablaré con mis miedos». Nunca lo había hecho, pero ese fue el pensamiento que me vino. Cuando yo sé algo, que sé que lo sé, pero que no sé por qué lo sé, me lanzo de cabeza con la plena certeza de que es mi intuición. Siempre le hago caso a mi intuición y jamás me ha fallado. Los problemas vienen cuando la ignoro, no cuando la sigo. Así que me preparé un café, y me fui a mi cuarto, me paré frente al espejo y le dije a mis miedos. “Si ustedes quieren, se meten en la maleta, y se vienen conmigo, pero esta vaina la voy a hacer, con ustedes, y a pesar de ustedes, así que nos vamos”. En ese momento me sentí como cuando una madre ejerce el amor con firmeza, y le dice a su hijo “esto es lo que vas a hacer, no te estoy preguntando, lo haces porque lo haces”. Con la diferencia que a mis miedos no los amo, solo les advertí, les informé, que no me iban a detener. Llegué a Miami, la estoy pasando increíble con mi hijo, mi hijo me dio la noticia de que mi regalo de cumpleaños sería un crucero a Cozumel, México, solos él y yo. No hacemos un viaje juntos y solos desde hace 13 años, siempre quise repetir una cita madre e hijo, solos él y yo. Cuando me lo dijo, grité de emoción, no se lo pedí, fue su iniciativa, así que vale 1.000.000 de veces más para mí. Así, que ahora tengo una nueva herramienta de vida, cuando los pensamientos vengan a “joder”, les invito un café, nos sentaremos a hablar, y les diré “lo siento, véngase conmigo si quieren, pero esto lo haré con ustedes y a pesar de ustedes”. Si a mis 17 años (y sin estar embarazada) le dije a mi mamá “me voy a casar”, con un novio con el cual tenía 1 mes, y no esperé (ni pedí) su permiso, a mis casi 53 años, no me dejaré gobernar por mis miedos.