Thamara López | Escritora

Quédate a mi lado, cuando el amor sana

No es tan fácil en ocasiones saber en donde intentar, en donde insistir, como persistir o cuando abandonar.  Dependerá de muchas cosas, ¿con quién lo estamos haciendo?, ¿como me siento cediendo?, ¿cuanto tengo que ceder en esta relación?, y un montón de factores independientemente si la relación es con nuestros hijos, nuestra pareja o nuestra familia.  Pero no todo es tan incierto, hay caminos, señales, que nos aclaran el panorama, comencemos con el escenario de pareja.  Hace años, vi una película que trataba de una pareja que se estaba divorciando, y al final de la película ellos se reencuentran y la esposa le dice a su esposo “he decidido que de todos los defectos de los hombres que hay en el mundo, me quiero quedar con los tuyos”. Qué buen punto de partida entender eso, comprender que el ser amado viene con tristezas, temores, errores, diferencias, defectos y un montón de características que se vuelven un reto para nosotros como su pareja.  Como les he escrito en otras ocasiones, las relaciones no crean problemas, las relaciones “revelan problemas”, las diferencias y los desencuentros en una pareja revelan problemas, y esos problemas no son más que áreas de oportunidad para crecer.  Hablaré en este caso de parejas heterosexuales, son las que conozco y he experimentado, no sé que ocurre en las parejas del mismo sexo, y prefiero no opinar. Pero en mi experiencia con hombres, no hay manera de que las diferencias en nuestra emocionalidad, en nuestro ambiente hormonal, en la manera de distinta en que vemos la vida, y la forma de resolver situaciones, NO hay manera de que eso sea en sí mismo un problema. Todo lo que un hombre aporta en una relación o ante una situación, que es tan distinto al aporte que podemos hacer las mujeres, es un divino complemento, es todo aquello que las mujeres no podemos ver y no sabemos dar, la masculinidad es algo ajeno para una mujer, por muy guerrera que esta se crea, y la verdad a mis 51 años, veo muchas guerreras agotadas y arrepentidas, que se quieren pasar al bando de las princesas, yo soy una de ellas. Renuncié hace años a querer ser una guerrera e intentar poder con todo, es muy agotador. Y ahora, tú dirás, ¿donde me quedo?, ¿cómo saberlo?, ¿quien merece mi intento, mi esfuerzo y mi intencionalidad diaria? Bueno, quédate donde te apaguen los miedos, y te enciendan tu luz, donde tus defectos parecieran haberse quedados dormidos, y tus virtudes saltan al servicio de la relación que quieres cultivar y cautivar, donde en un mal momento brote la nobleza y no la ira y el deseo de responder, donde de tanto poner a tu pareja como tu prioridad, de manera natural y espontánea termines tú siendo la prioridad para tu pareja, donde le sepas respetar sus silencios y no los tomes como algo personal, y en donde esos silencios se vayan desvaneciendo porque sepa que su refugio seguro eres tú. Quédate en los abrazos largos, los besos dulces, y en donde ya no tengas sexo, sino que hagas el amor. Quédate en una relación en la que entren cómodamente tú, y tus miedos, tus temores, tus defectos, y aún así, que no haya una sola noche en donde te vayas a dormir sin abrazarlo y sin darle un cálido beso de buenas noches. Hace poco le dije a alguien «ya no estamos para ponernos un zapato apretado», si la relación no te queda cómoda, no entres en ella, quédate con un zapato cómodo con el que puedas caminar por la vida cómodamente y por largo rato. En conclusión, sabrás perfectamente donde estacionarte, porque vas reconocer la mirada de ese ser que día a día saca la mejor versión de ti, de manera fluida, bonita, armónica y sin esfuerzo. Generalmente sabemos donde quedarnos, y también, de donde tenemos que partir. 

¡No te metas mamá! misión casi imposible para una madre

Antes que nada quiero decirte algo que quizás ya has notado, este blog, este espacio tan especial y único para mi, y que tú has abrazado tan bonito, no tiene un ritmo definido más que mi ser y mi inspiración. Hay días muy movidos emocionalmente, como éstos (no es para menos, estoy a pocos días de ser abuela, así que preparado), en donde casi a diario siento la necesidad imperiosa de escribir, y hay semanas en las que no me siento tan inspirada como para intentar dejar una huella aquí, para mi y para todos los que me leen. Así que al ritmo de mi corazón y de mi musa les seguiré dejando la piel en este rincón de amor en letras 🍀 Difícilmente una madre, en algún momento de su vida, no escuchará esta frase, “¡mamá, no te metas, es mi vida!”, y yo reflexiono y pienso, “ya va, quien primero se metió en mi vida fuiste tú”, no solo en mi humanidad física, en mi vientre durante 9 meses, sino en lo más profundo de mi ser, en mi alma y en mi corazón. Se tiene un hijo y se siente que el corazón nos comienza a latir fuera del cuerpo, es una vaina loca, llega un amor que no conocíamos, un susto que no teníamos y unas ganas incontrolables de protegerlos de todo. El amor y el deseo de protegerlos crecerá con los años, y el susto no se irá jamás.  Recuerdo cuando el padre de mis hijos y yo intentamos que nuestra hija aprendiera a andar en bicicleta, tan pronto le quitábamos las dos rueditas traseras, Mariandrea iba a directo al suelo, yo le decía «ya va Luis Eduardo, le quitamos una primero y luego la otra», y nada, fuera la izquierda o la derecha, nuestra hija iba directo al suelo, así que yo le dije luego del tercer raspón de rodillas «Ay no, déjame a mi muchacha tranquila, ya tiene las rodillas peladas», y la bicicleta permaneció con las rueditas traseras y luego fue arrumada. Bueno, a mi hija le tomó miles de millas aéreas, un viaje mochilero por 3 continentes, donde expandió su mente, su cuerpo y su ser, que finalizó en La India, a sus 28 años, para aprender a manejar bicicleta, porque su mamá, a sus 4 años, no la quiso ver con las rodillas escarapeladas. Esas ganas de protegerla, están intactas. Al ser madre se puede pasar de sentir que todo lo tenemos bajo control, a una suerte de suerte de susto con vigilia permanente, mientras son bebés y niños, todo está un poco más controlado, siempre están a nuestro lado, luego crecen, toman sus decisiones y te podrían salir con la frase “¡es mi vida mamá!”, y tú, “mira, mira, mira, fueron 9 meses de náuseas, acidez, gases, y demás”, aunque eso no reviste ninguna relevancia en comparación a todo lo que ocurre luego del nacimiento de un hijo.  Cuando los llevas a la primera piñata y no agarran jugueticos, y les ves la carita triste, ay no, yo les decía “quédate aquí hija/hijo, ya vengo”, y me lanzaba al suelo al rescate de los juguetes, jamás en mi infancia fui tan buena agarrando juguetes de piñata, pero entre mi condición de madre salvadora y la ventaja del tamaño, para mis hijos siempre agarré los mejores (las pelotas de piñata eran mi principal objetivo). Luego llegaba orgullosa de mi pesca de juguetes, mis hijos me veían felices, y yo me sentía como una superheroína. Creo que no hay juguete más preciado para un niño que los que salen de una piñata, y no hay ridículo más grande y hermoso para una madre que meterse en una piñata. Mis hijos no necesitan decirme expresamente que me necesitan, desde aquella carita triste por no agarrar juguetes de piñata, hasta una frase corta escrita en un chat, verles una cara que sabes que no están bien, o incluso cuando pasan cosas inexplicables, eso es un CTA, un «call to action«, un llamado a la acción. En una ocasión, sentí como un apretón de barriga, y pensé en mi hija, siempre suelo abrir la conversación con mis hijos con “Hola hija (o hijo), Dios te bendice y te guarda siempre, ¿cómo estás?”, pero esa tarde cuando mi hija atendió mi llamada simplemente le dije “¿porqué estás llorando hija?”, hasta yo me sorprendí de haberle dicho eso, y mi hija me responde “vergación mamá, la lágrima aún no me ha llegado al cachete, ¿cómo sabes que estoy llorando?”, es de las vainas más locas que me han pasado con mis hijos.  La conexión con mis hijos en mi caso es inevitable, con mi hija es aún más fuerte y evidente, a veces nos duelen las mismas partes del cuerpo, decimos o pensamos lo mismo al mismo tiempo, es algo de no creerse, pura magia (me encanta esta palabra porque me atrapan las cosas que no se pueden explicar). Esos momentos en los que siento que mis hijos me necesitan, si los tengo cerca físicamente, no les pregunto qué les pasa, solo digo “¡ya voy para allá!”, y en el camino mientras conduzco en mi cabeza escucho el soundtrack de una película de Marvel (me pasó hace dos días con mi hija), y siento que me voy llenando de super poderes y que llegaré a solucionar cualquier cosa que necesiten mis hijos (incluso una aterradora cucaracha que tuvo el innecesario atrevimiento de volar), ¡cualquier vaina yo la resolveré!  ¡De verdad no había necesidad de que las cucarachas volaran!, de pana. Sean  necesidades emocionales, afectivas, un abrazo, hambre (pareciera la más fácil, pero no en mi caso que se me olvidó cocinar), un reguero, cualquier cosa, el sentimiento que quiero producir en mis hijos es “¡ya llegó mi mamá!”, y la frase que ellos quieren escuchar de mi es “¡tranquilo hijo, todo estará bien!”. Es increíble lo que puedo llegar a sentir, o como puedo sentirme, cuando mis hijos me necesitan, me siento invencible. No hay… Seguir leyendo ¡No te metas mamá! misión casi imposible para una madre

La gente fracasa solo cuando deja de intentarlo

Hoy abrí los ojos y sentí, más que de costumbre, un deseo intenso de escribir, no pude desayunar, de vaina un café para abrir mi laptop y terminar de abrir mis ojos y hacer lo que sin duda se ha convertido en mi mejor y mayor pasión en la vida, escribir.  Todo lo hermoso, contundente y significativo en mi vida, tiene implícito mucha magia, y situaciones o eventos que no se pueden explicar o justificar de manera lógica, simplemente son confirmaciones divinas, que reconozco cuando estoy muy despierta, que va mucho más allá de tener los ojos abiertos. Sentí este deseo de escribir, y estando aún en mi cama agarro mi teléfono y lo primero que reviso son mis correos, y llegó la confirmación divina, de esas cosas que siempre me ocurren, tenía un correo de una editorial española invitándome a participar nuevamente en un concurso literario.  El correo decía “La comisión organizadora del IES LÓPEZ DE ARENAS le agradece su participación en el anterior certamen y le invita a participar en el Tercer Certamen Literario de Microrrelatos «De la imagen a la palabra» del presente curso” y yo pensé, ¡qué increíble!, ya tengo más de un año tomándome esto de la escritura en serio. Y allí comencé a pensar en letras, contando los segundos para llegar al teclado, y mi primera reflexión del día fue “todo es imposible hasta que alguien lo intenta”. Todo nace de la decisión de alguien de intentarlo, antes del año 1969 era no sólo imposible, sino hasta impensable, el hombre pisando la luna, hasta que el 20 de Julio de 1969 los astronautas Armstrong y Aldrin se convirtieron en los dos primeros hombres en pisar la superficie lunar.  Absolutamente todo comienza con intentarlo, desde un alunizaje, hasta el amor, desde un receta de cocina hasta un viaje, desde un cambio de trabajo hasta divorciarte de tu propia familia y darte cuenta que no eran una sentencia a muerte, que podías amar y despedirte al mismo tiempo, en un acto de mera supervivencia y salud emocional. Dicen que la zona de confort es la más incómoda de todas, y aunque en apariencia en realidad luce muy cómoda y segura, con el tiempo ante la falta de novedad, de sorpresas, de retos y de sustos en la panza, ciertamente se vuelve incómoda.  La salida más espeluznante de mi zona de confort, es el amor, enamorarme me voltea todo, soy una mujer intensa en todo lo que hago, cuando entreno cargo un peso que me deje sin aliento, cuando limpio no soy de echar una “barridita”, agarro lavaplatos y se lo echo a todo el apartamento, y lavo todo el piso, y cuando amo, ¡Ay cuando amo!, amo sabroso y con todo. Ahora la intensidad está mal vista, se oye de hombres y mujeres, entre mujeres y hombres, “Ay no, eĺ es muy intenso”, peyorativamente hablando y como quien se refiere a una persona de la que hay que alejarse. Es que quizás está de moda la indiferencia, la distancia, el ya va, vamos muy rápido, dame tiempo, me da miedo, yo no sé hacer eso, y todo aquello que posterga lo que quizás después ya no será. Las oportunidades pasan todos los días, todos los días despegan aviones de la pista, pero quizás jamás te vuelvas a tropezar con el mismo compañero de vuelo, y eso, podría hacer una gran diferencia en tu vida y en tus risas. He escrito varias veces que yo jamás sentiré el pesar de no haberlo intentado, me quedo (por lejos) con el pesar de haber fallado, ese se me pasa rápido, del otro pesar no tengo mucha experiencia, pero me han dicho que es terrible, que no se va nunca, y que en las personas al filo de la muerte, el mayor pesar, y el más recurrente, es no haberlo intentado. Solo soy espectadora de las vidas ajenas  (aunque a veces incluso, si te amo y me importas, me meto en tu vida), ¿la mía?, la mía la vivo, me equivoco, me río durísimo, caigo mal, caigo muy bien, amo, abrazo, le hago cosquillas a mis hijos (a sus 32 y 28 años), escribo todo cuanto quiero y me nace, monto mi navidad minimalista (3 cojines, 4 velas y 5 muñecos) y me siento en mi sofá, en la sala de mi apartamento, a reirme y burlarme de mí por lo choretas que me quedaron las luces y la mamarrachada que hice para intentar disimular la vaina, le tomo fotos y las publico en Instagram, sí lo sé, no soy normal, gracias a Dios, la gente normal es muy aburrida.  Luego de intentarlo, viene un paso más comprometido, ya no es un “vamos a ver qué pasa”, sino un “hagamos que pase”, eso en los negocios y en el amor hará toda la diferencia.  Si alguien me pregunta “¿lo intentamos?”, muy probablemente le diría que sí, pero luego de ese sí, y dependiendo de quien me haya hecho la pregunta, yo con prontitud pasaré a la segunda fase, a la fase de “haré que esto pase y que pase bonito”.  A veces nadie te va a preguntar eso, nadie te dirá ¿quieres intentar entrenar?, a mi nadie me preguntó ¿quieres intentar escribir?, y aquí estoy en una de las aventuras más felices de mi vida. A veces el hacer que las cosas pasen solo es un acuerdo amoroso contigo mismo y con tus sueños.  Recuerda siempre, que quien le huye al fracaso, le huye al éxito, que quien le huye al desamor le está huyendo también al amor, y que de tanto esquivar riesgos y pesares y de pretender, sin éxito, anticiparlo todo, se nos va la vida sin risas ni bailes bajo la lluvia. 

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